La migración de un hijo
La migración de una persona es, casi siempre, considerada, analizada, comentada, etc. desde el punto de vista de quien se muda y muy pocas veces desde la perspectiva de los seres queridos que se quedan en su país de origen.
El caso de quien esto escribe, es el de un padre cuyo hijo decidió, hace una década, mudarse a Canadá.
Desde el momento de conocer su decisión de migrar, afloraron en mí sentimientos encontrados de sorpresa, incertidumbre, alegría, melancolía, etc.
Al materializarse la mudanza, todos esos sentimientos subieron de intensidad, en especial el de la nostalgia.
El estar consciente de que mejoraría significativamente su calidad de vida, me confortaba y me permitía animarlo con verdadero optimismo.
Los medios de comunicación actuales, como las videoconferencias, las llamadas de celular a celular, los correos electrónicos, entre otros, me permitieron estar en conocimiento de su quehacer diario, lo cual creó la sensación de cercanía, contrarrestando la nostalgia.
Cuando se produjo su entrada, en compañía de su esposa a Canadá, la recepción, por parte del Oficial de Inmigración, fue muy cordial, deseándoles éxitos. El conocer, casi de inmediato este hecho, produjo en mí una gran emoción, dándole infinitas gracias a Dios por haber sido bondadoso con ellos al facilitarles el acceso a su nueva vida.
Durante el tiempo transcurrido, se ha confirmado que las consideraciones iniciales de mejoras en su calidad de vida, en todos los sentidos, fueron correctas.
Su rápida adaptación a la sociedad canadiense, incluyendo el conocimiento de los idiomas y el logro de muchas de las metas que se había impuesto, nos llena de satisfacción a sus seres queridos.
Valga esta oportunidad para manifestar mi agradecimiento a todas las personas que, directa e indirectamente, han contribuido a su incorporación y la de su esposa, al país que eligieron para llevar adelante su proyecto de vida.
Hasta una nueva entrega.
JP